Al día
siguiente se levantó pronto, con los primeros rayos del sol que entraron por la
ventana que ayer dejó abierta. Y con dolor de espalda, por dormir en una mala
postura. Le costó mantenerse en pié al principio, estaba acostumbrada al vaivén
del barco y recién levantada aún creía que seguía en alta mar.
Se levantó
con ánimos. Tenía fuerzas y podría ser la primera vez que se notaba así desde
hace meses. Se propuso limpiar la casa y empezaría por la ropa. Preparó la
lavadora, aunque apenas se acordaba de cómo se programaba. Hizo dos montones
con la ropa, ya que toda no iba a caber en una misma colada. Antes de meter el
primer montón de ropa, la olio por última vez, degustando aquel olor al barco y
a mar que tenía. Ella no quería, pero ese olor debía desaparecer.
Tras la
primera lavadora se volvió a echar en su sillón. Volvió a fumar y a mirar la
tele apagada. “Es que tiene que haber algún cable desenchufado” dijo en voz
alta mientras le daba la vuelta a la tele. Encontró una nota que ponía “comprar
cable nuevo”. “Pues nada, ya sabemos lo que le pasa.
Cogió el vaso
del día anterior y le echó otro trozo de escarcha. Estaba aguado, pero no había
otra cosa. Esa mezcla de distintos rones y escarcha sería su desayuno. Eso y
otro cigarro, claro. Aguantó mirando por la ventana y pensando en sus cosas
hasta que la lavadora dejó de hacer ruido. Toda la energía de por la mañana se
esfumó conforme bebió del vaso.
Con desgana
se levantó, sacó la ropa de la lavadora y puso la lavadora con el otro montón
de ropa. No sin antes volver a oler la ropa, esta vez sí que sería la última.
Tendió la
ropa limpia y se vistió. Cogió lo poco que le quedaba en el armario: una camisa
rosa, unos pantalones vaqueros y una camiseta de tirantes. Eso y unas zapatillas
deportivas. No iba mal vestida del todo, al fin y al cabo. “Para quien me va a
ser, me da igual”, pensó. Cogió el tabaco, el móvil y la cartera y se fue
directa al bar de abajo a desayunar algo. Pensaba hacer la compra y recoger a
su gato, Simba, que la estaría
echando de menos.
Conforme
forcejeaba con la dichosa cerradura, se acordó de una cosa, y volvió a entrar.
Se había dejado olvidado el diario. Salió con él y con las gafas de sol, que
también se había olvidado. Tenía los ojos muy claros y necesitaba llevar gafas
de sol.
Llegó al bar
y el camarero la reconoció enseguida:
— ¡Hombreee Vanessa! —gritó el camarero, provocando que todos los que
estaban en el bar en ese momento se girasen— ¿Dónde has estado? Hacía unas
semanas que no te veía, ya me estaba preocupando.
— Me fui de viaje, de crucero. Y
nada, volví ayer por la noche.
— Bueno, ya me lo contarás con más
tranquilidad que ahora tengo mucho follón, ¿qué te pongo bonita?
— Me pones caliente Don Tomás.
Tomás,
o Don Tomás, como le llamaba, y ella siempre se han llevado muy bien y se han
gastado bromas de todo tipo. Don Tomás era un hombre de unos cincuenta y tantos
años, casado y divorciado, con un hijo ex drogadicto y una hija que hacía más
de quince años que no veía. Ambos conocían la situación del otro a la
perfección. El era la única persona que ella trataba como a un amigo.
— ¡Jajaja! — soltó una amplia
carcajada Don Tomás y todos los parroquianos del bar— ¡No me diga eso que se me
queman las tostadas! ¿Lo de siempre?
— Si, lo de siempre. Bueno no,
ponme un zumo de piña en lugar del de naranja.
— Maaarchando un desayuno especial para la nena.
Posiblemente
la única persona que ella había echado de menos en su viaje fue a Don Tomás. Él
la cuidaba mucho, sabía por lo que pasaba aunque ella no se lo hubiera dicho
nunca. Vivían en un pueblecito, donde todo el mundo se conocía y todo se sabía.
De la misma manera, ella sabía por lo que había pasado Don Tomás y se
compadecía de él.
Ella miró y
vio una mesa que acababa de quedarse sola. Fue para allí y con una servilleta recogió
las migas que dejaron los que estaban antes que ella, mientras sonreía por la
gracia del camarero Tomás. Sacó el diario y empezó a leer.
21-6-08
Querido
diario, ahora mismo estoy esperando la comida tras una mañana la mar de aburrida,
y nunca mejor dicho. He tenido que esquivar al chico de ayer, Javi se llamaba.
Sé que tengo la obligación de escribir todo lo que me ocurra, pero acabaré
escribiendo tonterías.
He
tenido que esquivarle por…
….
— Aquí tienes el café, la tostada
con aceite y sal y el zumito de piña para el niño y la niña.
— De acuerdo, muchas gracias—
asintió con una sonrisa pero sin enseñar los dientes.
—Gracias
las que tú tienes, guapa. Por cierto, ¿qué lees?
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