…las
ocho de la noche y no tengo casi tiempo de escribirte, pero haré un esfuerzo. Lo
que si tengo es unas tremendas ganas de contarle a alguien todo lo que me ha
pasado esta tarde.
Para
empezar, he bajado al comedor y me he sentado sola en una mesa. Hoy, para
variar, no me apetecía hablar con nadie. Javi ha pasado por mi lado y ni me ha
mirado. ¡Qué alivio! Al principio he pensado que quizá me pasara con él, pero
así mejor: no me molestaría a mí y él no perdería su tiempo conmigo. Supongo
que ya encontrará otra por aquí que le prestase más atención. Efectivamente, en
aquel momento me equivocaba, pero eso ocurrió más adelante.
Esperando
la comida una mujer, bastante ancha, con una bata de estampados y rulos (¿rulos
en un crucero? Si), que se sentó en mi misma mesa empezó a hablarme. Sobre el
tiempo, el servicio y demás temas banales y sin importancia para mí, pero a los
que yo contestaba por cortesía. Luego me ha empezado a hablar de su marido, parecía
que le habían dado cuerda: que si su marido dónde estaba, que si se había ido
al bar muy pronto, que si no lo podía dejar solo, que si es un golfo, etc. Los
insultos iban en aumento y yo cada vez la ignoraba más, pero ella me decía
"¡chica, chica! ¿Me oyes?" y claro, tal y como estaba, enervándose, cualquiera
le daba un no por respuesta. Yo asentía con la cabeza.
El
caso es que por fin han traído la comida y he podido ignorar un poco a la
mujer, que comía con tal ansia que no podía ni hablar. Por otro lado, mis dedos
cruzados y mis plegarias a la virgen de Santa Teresa no valieron para nada: la
comida era, una vez más, mala. El primer plato era un puré de calabacín con
champiñones. “Dios bendito” pensé al ver los camareros acercarse a la mesa con
los platos llenos de ese brebaje.
Una
vez con el plato delante pensé “to’ pa’ dentro” y tomé la primera cucharada con
los ojos cerrados. Eso era incomible, infumable, indigerible… y un largo
etcétera de adjetivos comenzados por in- y terminados en –ble. Olía fatal, no tenía que haber tentado. Me aparté el
plato, solo olerlo me daba asco. La otra señora se lo comía con mucho gusto, parecía
que le gustaba incluso. O que no había comido nada en la vida, pero por su
talla creo que era lo primero.
— ¿Es que no te lo
vas a comer, hija? — preguntó la mujer, con la boca llena y escupiendo pequeñas
gotitas de ese puré con sus palabras.
— No, no me apetece
mucho… esperaré al segundo plato — contesté intentando no mirar los
“perdigones” que escupía.
— ¿Me lo puedo comer,
bonica?
Asombrada
me quedé. Sonreí, o al menos lo intenté, y le acerqué el plato. Aquel espectáculo
de la mujer engullendo era digno de ver... qué manera de acabar con dos platos.
Cuando
ya no sabía dónde mirar por no mirar a esta mujer trajeron el segundo plato. Un
huevo frito con patatas. Esto no tenía mala pinta, aunque claro, hay que ser
muy manazas para que te salgan mal los huevos fritos con patatas.
Todo
iba bien, la mujer no hablaba casi por estar engullendo y la comida parecía
comestible. Entonces apareció el marido. Se le veía muy afectado por el
alcohol, y eso que eran las dos y media de la tarde. Temí por la vida de ese
hombre.
— Ya estoy aquí
cariño, perdona es que... — dijo el hombre tambaleándose.
— Es que ¿qué? — le
interrumpió la mujer, con mala cara y salpicando puré — Hemos empezado a comer
hace media hora y tú por ahí ¡y borracho!
— Cariño no te pongas
así... venga hazme un sitio que tengo hambre...
Y
fue a sentarse en un sitio vacio. Bastante esfuerzo hizo el hombre para apartar
la silla de la mesa sin caerse, y bastante borracho debía ir para ponerse a
comer eso ahora.
— ¡No! ¡Ahí va la
niña! ¡Vete y siéntate por ahí! — la mujer le empujó y casi lo tira al suelo.
— Pero ¿qué niña? ¿No
estaba en la habitación?
— No sé donde esta,
¿y la niña?
La
mujer se puso histérica en cuestión de segundos y yo estuve a punto de intentar
mediar, pero preferí seguir comiendo y
no hacer caso. Por primera vez el espectáculo no lo monté yo, y quieras que no,
me alegré y sonreí, a sabiendas de que no estaba bien.
A
pesar de los gritos y la histeria de la mujer y de todo el comedor mirándoles,
aquel hombre se sentó en la silla y empezó a comer, sin importarle nada su
alrededor y mucho menos su hija. El enfado de su mujer iba en aumento, igual
que su tono de voz, que también aumentaba.
— ¿Pero qué te crees
que haces? ¡Acabamos de perder a la niña y tu ahí, comiendo!
Tampoco
voy a transcribir la cantidad de descalificativos tras muchos más
descalificativos t chillidos, agarró al escuálido
marido del cuello de la camiseta y lo levantó a pulso, con la suerte de que en
el forcejeo su plato de potaje fue a parar a mi blusa.
Yo
ya estaba enfadada de antes, pero todo esto me superaba cada vez más. Un
crucero para relajarme que no era menos estresante que mi vida cotidiana. Poco
a poco me estaba alterando. Nadie hacía nada, incluso el servicio actuaba como
si no pasara nada. Me estuve conteniendo, hasta que una mano sacudió el plato
del puré y, cómo no, fue a parar a mi camiseta. Toda la camiseta llena de ese
potaje maloliente. Exploté. Di un golpe en la mesa gritando “¡maldita sea!”. La
gente se cayó y todos me miraron a mí. Hasta la mujer dejó de gritarle a su
marido.
Momentáneamente
yo fui el centro del mundo y del universo. Tras esos instantes, la mujer
gritona se ha puesto a gritarme a mí. Ni me pidió disculpas ni mencionó el que
me hubiese bañado en puré. Que si yo no tenía vergüenza, que ella era más mayor
y había que respetarla... tonterías, para mí en ese momento eran tonterías. Me
limpie un poco con la servilleta y me fui, sin contestar a la mujer que me ha
gritado “maleducada” desde lo lejos.
Otro
día más yo estaba inmersa en todo aquello que no quería. Salí mirando al suelo
y con paso firme, sin pararme a pensar en nada ni nadie y mucho menos en esta
señora. Me quiero ir a mi casa y abandonar ya este dichoso barco de locos.
Siempre he abandonado a la mínima inferencia y esta vez estaba aguantando
demasiado. De todos modos, no podía irme, así que lo más parecido a desaparecer
es escribir esto en mi diario. El único que leerá esto será psicólogo y me dirá
lo mismo me siempre.
Salí
del comedor y me encontraba el salón, que he tenido que cruzar entero para
llegar al pasillo de las habitaciones. Había poca gente, pero tristemente, casi
todos sabían quién era yo, lo noté en sus miradas. Llegué a la puerta del
pasillo, pero esta no se abría. Empecé a forcejear e incluso me estaba poniendo
más nerviosa. “Puta puerta…” murmullé estirando con todas mis fuerzas del
pomo. Hasta que una voz masculina detrás
mía dijo “¿me permites?”. Di un pequeño salto del susto que me dio, me giré y
era Javi. Entonces él, cuidadosamente giró el pomo y empujó la puerta con
delicadeza.
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