…al fin
estoy en el crucero este que me recomendaron en la empresa. Ahora mismo estoy
en mi camarote, el 57, y son las ocho y media, más o menos. Después de llegar,
colocar la ropa, las cosas de baño y demás, me he dado una ducha. El agua
estaba fría, muy fría, pero un hombre del servicio me ha dicho que eso es
porque es el primer día. Espero que así sea, si no quiero coger un buen
constipado.
El
camarote no se parece en nada al de la foto que había en internet. Es mucho más
pequeño y muy poco iluminado. Solo tiene una típica ventanita redonda que, además,
tiene el cristal blanquecino y apenas entra luz. Pero bueno, al menos tengo
ventana. De todos modos no estoy aquí para buscar defectos y quejarme, sino
para desconectar un poco.
Así
que, mirándolo por ese lado, todo lo que he perdido en psicólogos estos últimos
meses me lo devuelve la empresa pagándome este crucero. No está nada mal. Me
sienta optimista, a pesar de todo.
Hola
de nuevo. Perdona la tardanza, pero me he quedado en el bar un momento y cuando
he mirado la hora era casi la una. ¿La comida? Buff! Prefiero olvidarla.
Para
empezar yo creo que esto es un viaje de parejas. Debe de serlo, si no, no me
explico que todo el mundo vaya de dos en dos. Daba igual la edad, había tanto
abuelos como jóvenes o cuarentones... ¡todos en pareja! A penas he visto a
gente sola. He visto a uno que se ha acercado a hablarme, aunque yo creo que se
estaba riendo de mí. Me parece que este crucero ha sido un error y me va a
tocar bajarme en Italia. Ya volveré a casa en taxi o autobús.
Además
de eso, de lo incómodo que es caminar sola en este romántico mundo de parejas, la
comida ha sido malísima. De primer plato había puré de zanahoria. Estaba insípido.
He tenido que pedir un salero y cuando me lo han traído se me ha roto y se ha caído
toda la sal en el plato. La gente me miraba de reojo y reía.
De
segundo había croquetas. Sabes que soy alérgica a la patata y, pensando que
eran croquetas de bechamel, no me paré a mirarlas. Si, eran de patata. Al
primer bocado se me ha llenado la cara de granitos y he empezado a toser. He
bebido agua pero no me servía de nada. He tenido que salir corriendo a por las
pastillas. A todo esto, la gente mirándome y riéndose, claro.
He
ido a la habitación y he querido escribirte, pero no tenía fuerzas. Tenía la
garganta hinchada, aunque estable. Me costaba respirar, he empezado a pensar en
todo y he roto a llorar. Otra vez. Últimamente mi vida se resume en llorar, beber
e ir al psicólogo, aunque eso ya lo sabes tú bien. Así que en cuanto se me ha
pasado un poco, me he lavado la cara, he tomado varios vasos de agua para asegurarme
y me he bajado al bar del barco. He venido a disfrutarlo, dicen.
La
gente estaría terminando de cenar, por lo que el bar estaba algo vacío. Nada más
llegar le pedí otro vaso de agua al camarero. Un vaso de agua y un ron bueno.
No recuerdo la marca que me ha puesto, solo sé que dentro del barco, todo es
gratis y le he pedido el más caro que tuviese. Me ha hablado de varias marcas,
marcas que yo no conocía y que parecían de otros países. He insistido en la que
fuese más cara. Me he tomado el vaso de agua igual de rápido que el ron. No
tengo remedio.
Cuando
iba ya por el segundo ha empezado a venir la gente que acababa de cenar.
Conforme entraban por la puerta me veían y reían. Un niño maleducado le ha
preguntado a su padre si esa era chica que había dicho que estaba loca. El
padre, otro cabrón, me ha mirado y ha mandado callar a su niño con una
disimulada sonrisa.
Estaba
a punto de irme cuando ha venido un chico y se me ha puesto al lado. Yo no tenía
ganas de hablar y creo que él me ha tomado por algo que no soy. Él ha empezado
a hablarme.
— ¿Qué
tal estas? ¿Mejor? Te he visto en el comedor y vaya... espectáculo
— Oh,
gracias por el cumplido—
dije de manera sarcástica— pero
para decir gilipolleces te agradecería que te fueras.
— No,
no... Es que, como te habrás dado cuenta, este barco está lleno de parejas. Es
muy incómodo. Y tú por lo visto estas sola, igual que yo. Solos.
— Mira,
estoy bebiendo y no quiero que me molesten mientras bebo, ¿vale? — no sé por qué pero hasta he levantado la
mano, en clave amenazante— Además, todavía no voy borracha para aguantar a
gente como tú.
Él
echó a reír.
—No,
no... ¡Jaja! No te estaba tirando los trastos... aunque pueda haberlo parecido.
No sé por qué razón estarás aquí. Yo lo estoy porque me agobiaba el trabajo, mi
calle, mi ciudad... el mundo en general, y pensé que irme solo de crucero me relajaría,
conocería gente, etcétera. Y aquí solo veo parejas felices, necesito hablar con
alguien. ¿A ti no te pasa?
Me ha
hecho sonreír y, digamos, bajar la guardia.
— Sí,
bueno... yo estoy aquí por otras razones, y no, no me apetece hablar, sinceramente.
Después de lo de la cena, al contrario que tu, no me apetece hablar.
Intenté
ser lo más cordial posible y no pagar mis desvaríos con ese chico.
—Hablar
no, pero beber si, ¿verdad?
Entonces
recordé todas aquellas charlas que me dieron en el trabajo, la familia y el
psicólogo, con el mismo fondo y finalidad absurda de hacerme ver que el alcohol
me estaba destrozando la vida. Mismos sermones de mi madre, de mi jefe, de mis
vecinos, de Roberto... y no pude aguantar.
Hasta
entonces no le había mirado a la cara. Yo mantenía la mirada al frente, a la
estantería de los licores o lo cafetera, pero me giré y le miré a los ojos para
decirle esto.
— Si,
me apetece beber, y mucho, ¿qué pasa? ¿Me lo vas a impedir?
Entonces
es cuando él ha empezado a tocarme las narices:
— Hombre,
es decir, mujer, yo no puedo hacer nada para impedirlo, pero mira, si tanto te
apetece, te pido otro. Es gratis. ¡Camarero! ¡Un ron para la señora y otro para
mí!
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