… y yo
no tenía ganas de hablar con él. A pesar de todo, no se portaba mal conmigo. Me
lograba sacar alguna sonrisa con sus tonterías, aunque seguía pensando que
estaba tirándome los trastos y no podía fiarme.
Había
pasado tiempo y la gente ya no me miraba. Me volvía a sentir ignorada entre la
multitud, ¡gracias Señor! Ignorada entre partidas de bingo para gente mayor,
jóvenes enamorados, familias hablando de las paradas del crucero y de lo que
pensaban hacer en dichas paradas y partidas de póquer que sucedían a mí
alrededor. En las que por cierto, vi apostar un reloj y más tarde perderlo.
Mientras
miraba las apuestas y, con cara de asco, a las parejas que se besaban en los sofás
del fondo, me percaté de que este chico desconocido le decía algo al camarero.
No sé qué le diría, imaginé que estaría
pidiendo la copa que prometió.
Al
poco, el camarero nos los sirvió soltando la coletilla "aquí tienen,
pareja”. Lo de pareja no me hizo ninguna gracia, y aunque él no pensaría igual.
Él sonrió me hizo un gesto como diciéndome “déjalo, era su trabajo”. En cuanto
el camarero se fue al final de la barra, donde le estaban llamando, me dijo:
—Estos camareros que graciosos
son, ¿eh? A la mínima te emparejan… No deben de aburrirse ahí detrás, seguro.
Ese
comentario me hizo gracia y después tuvimos una larga discusión sobre
camareros. Él había trabajado de ello y yo… bueno, ya sabes.
—Por cierto, llevamos un rato hablando y no sé cómo te
llamas— dijo aprovechando que estábamos hablando de otras cosas— ¿cómo te
llamas?
No
me lo esperaba. Hacía tiempo que nadie me preguntaba por mi nombre. ¿Qué hago?
¿Se lo digo? No iba a parecer una maleducada. “Lo que sea menos maleducada”,
solía decir mi madre.
—Va…Vanessa—
tartamudeé un poco— ¿Y el tuyo?
—Vaya, que bonito.
¿Vanesa o Vanessa? ¿Con una o con dos eses?
—Con dos. Pero se
pronuncia como si fuese una. No fuerces la ese.
—Vanessa, si, muy
bonito. Te echaba más cara de Nerea.
A mí eso no me hizo nada de gracia.
Me estaba esquivando y no me decía su nombre. Saltó con tonterías inventadas
que ni procedían.
— ¿Me vas a decir tu
nombre o qué? — dije sin ocultar mi pequeño enfado.
— Si claro. Qué
rápido pierdes la calma.
— Sí, soy así.
— Ya veo, ya. Me
llamo Javi. Javier. Con uve y sin ninguna ese— dijo imitando hasta mi gesto—, no
fuerces la jota.
Todo
parecía ir bien. He de decir que no esperaba esto. No creo que este tal sea nada
especial, pero entre el alcohol y él, era la primera vez que me olvidaba durante
unos minutos de los últimos meses. Quizá demasiado bien. Efectivamente, hasta
que bebí de la última cubata que me invitó.
— ¿Qué es esto?—
pregunté extrañada.
— Esto… pues ron y coca
cola, lo que estabas tomando hasta ahora, ¿no?
—No, no... Esto no es
ron con cola, esto es cola sin ron. Cola con hielo. Vamos, una cola sola. Se
habrá equivocado el camarero.
— En realidad te lo
he pedido yo así.
“¿Este
tío es tonto?” pensé. Me lo ha pedido él así, dice.
— ¿Por? ¿A santo de?
— No, no... Es que,
no sé, te vi que habías bebido mucho ya y no quería…
— ¿Y no querías qué? —
Le interrumpí notablemente enfadada— ¿Qué no querías? Si no quieres, tú no
bebas. A mí me dejas y no me pides esto.
Aquella
tontería, quizá por mi estado emocional, fue convirtiéndose en una discusión.
He de decir que me sentó especialmente mal, que hasta un desconocido que tan solo
buscaría acostarse conmigo, me llamara borracha. No estoy orgullosa de ahogar
penas en alcohol, pero ellos no saben por qué lo hago. Las miradas fueron
tornándose de nuevo hacia mí, con lo poco que me gusta. Cogí mi rebeca y me
levanté.
— Espérate chica, la
estas volviendo a montar… siéntate, anda, y hablamos como las personas
civilizadas.
— ¡Que no joder! ¡No
me tienes que explicar nada! ¡Me piro tío! — Me quité su brazo de encima— Déjame
anda, y vete a buscar otra que no se quiera emborrachar, que para echar un polvo
tienes que emborracharla no mantenerla sobria, ¡imbécil!
Todo
esto gritando. Y vaya frase para antes de irme. Si hubiera habido puerta,
habría dado un portazo al salir. En el momento no lo pensé, pero ahora le doy vueltas
y vaya vergüenza. Tendrá razón aquel niño y su padre maleducado.
Quizá
me he pasado con el chico, pero odio la gente que se mete en mi puta vida para
decirme lo que tengo o no que hacer. Si hubiera hecho lo que a mí me hubiera
dado la gana y no lo que me dijeron que hiciera no estaría aquí. No estaría
llorando en una cama que no es la mía, de un crucero al que me ha mandado la
empresa antes de darme puerta con la única compañía desde hace meses de un
jodido diario....
….
Nuestra mujer
entonces cerró su diario y a la voz de "mañana más" se giró en la
cama quedándose bocarriba y pensando en lo tonta que fue en aquel momento. Secándose las últimas lágrimas que me quedaban
acabó durmiéndose. Ni si quiera de cambión de ropa y se olvidó por completo del
bocadillo que tenía intención de comerse y los rugidos de su estómago. Ni si quiera
se fumó un cigarro antes de dormir.
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