Se hizo el
silencio. Don Tomás la miraba, levantando las cejas y esperando una respuesta,
y ella se quedó paralizada mirando su diario.
Se puso roja de vergüenza. Entonces
miró hacia el camarero y disimuló con una sonrisa mientras cerraba el
libro.
— Nada — dijo ella — un viejo
libro que encontré por casa.
— Entiendo — murmuró el camarero
con sorna — te dejo que leas ese “viejo libro”.
Don
Tomás sabía que le había, pero no se lo tomó mal. Supondría que sería algún
asunto íntimo de Vanessa. Ella, tras un resoplido de alivio, continuó leyendo.