jueves, 5 de abril de 2012

Capítulo IV: Desayuno cordial

Al día siguiente se levantó pronto, con los primeros rayos del sol que entraron por la ventana que ayer dejó abierta. Y con dolor de espalda, por dormir en una mala postura. Le costó mantenerse en pié al principio, estaba acostumbrada al vaivén del barco y recién levantada aún creía que seguía en alta mar.
Se levantó con ánimos. Tenía fuerzas y podría ser la primera vez que se notaba así desde hace meses. Se propuso limpiar la casa y empezaría por la ropa. Preparó la lavadora, aunque apenas se acordaba de cómo se programaba. Hizo dos montones con la ropa, ya que toda no iba a caber en una misma colada. Antes de meter el primer montón de ropa, la olio por última vez, degustando aquel olor al barco y a mar que tenía. Ella no quería, pero ese olor debía desaparecer.
Tras la primera lavadora se volvió a echar en su sillón. Volvió a fumar y a mirar la tele apagada. “Es que tiene que haber algún cable desenchufado” dijo en voz alta mientras le daba la vuelta a la tele. Encontró una nota que ponía “comprar cable nuevo”. “Pues nada, ya sabemos lo que le pasa.
Cogió el vaso del día anterior y le echó otro trozo de escarcha. Estaba aguado, pero no había otra cosa. Esa mezcla de distintos rones y escarcha sería su desayuno. Eso y otro cigarro, claro. Aguantó mirando por la ventana y pensando en sus cosas hasta que la lavadora dejó de hacer ruido. Toda la energía de por la mañana se esfumó conforme bebió del vaso.
Con desgana se levantó, sacó la ropa de la lavadora y puso la lavadora con el otro montón de ropa. No sin antes volver a oler la ropa, esta vez sí que sería la última.
Tendió la ropa limpia y se vistió. Cogió lo poco que le quedaba en el armario: una camisa rosa, unos pantalones vaqueros y una camiseta de tirantes. Eso y unas zapatillas deportivas. No iba mal vestida del todo, al fin y al cabo. “Para quien me va a ser, me da igual”, pensó. Cogió el tabaco, el móvil y la cartera y se fue directa al bar de abajo a desayunar algo. Pensaba hacer la compra y recoger a su gato, Simba, que la estaría echando de menos.
Conforme forcejeaba con la dichosa cerradura, se acordó de una cosa, y volvió a entrar. Se había dejado olvidado el diario. Salió con él y con las gafas de sol, que también se había olvidado. Tenía los ojos muy claros y necesitaba llevar gafas de sol.
Llegó al bar y el camarero la reconoció enseguida:
— ¡Hombreee Vanessa! —gritó el camarero, provocando que todos los que estaban en el bar en ese momento se girasen— ¿Dónde has estado? Hacía unas semanas que no te veía, ya me estaba preocupando.
— Me fui de viaje, de crucero. Y nada, volví ayer por la noche.
— Bueno, ya me lo contarás con más tranquilidad que ahora tengo mucho follón, ¿qué te pongo bonita?
— Me pones caliente Don Tomás.
                Tomás, o Don Tomás, como le llamaba, y ella siempre se han llevado muy bien y se han gastado bromas de todo tipo. Don Tomás era un hombre de unos cincuenta y tantos años, casado y divorciado, con un hijo ex drogadicto y una hija que hacía más de quince años que no veía. Ambos conocían la situación del otro a la perfección. El era la única persona que ella trataba como a un amigo.
— ¡Jajaja! — soltó una amplia carcajada Don Tomás y todos los parroquianos del bar— ¡No me diga eso que se me queman las tostadas! ¿Lo de siempre?
— Si, lo de siempre. Bueno no, ponme un zumo de piña en lugar del de naranja.
Maaarchando un desayuno especial para la nena.
                Posiblemente la única persona que ella había echado de menos en su viaje fue a Don Tomás. Él la cuidaba mucho, sabía por lo que pasaba aunque ella no se lo hubiera dicho nunca. Vivían en un pueblecito, donde todo el mundo se conocía y todo se sabía. De la misma manera, ella sabía por lo que había pasado Don Tomás y se compadecía de él.
Ella miró y vio una mesa que acababa de quedarse sola. Fue para allí y con una servilleta recogió las migas que dejaron los que estaban antes que ella, mientras sonreía por la gracia del camarero Tomás. Sacó el diario y empezó a leer.

21-6-08
Querido diario, ahora mismo estoy esperando la comida tras una mañana la mar de aburrida, y nunca mejor dicho. He tenido que esquivar al chico de ayer, Javi se llamaba. Sé que tengo la obligación de escribir todo lo que me ocurra, pero acabaré escribiendo tonterías.
He tenido que esquivarle por…
….
— Aquí tienes el café, la tostada con aceite y sal y el zumito de piña para el niño y la niña.
— De acuerdo, muchas gracias— asintió con una sonrisa pero sin enseñar los dientes.
—Gracias las que tú tienes, guapa. Por cierto, ¿qué lees?

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