Vanessa se dirigió a casa de su hermana. Antes de
nada recogería a su gato, que ya llevaba casi un día en casa y ni se había
preocupado por él.
Como tampoco había avisado a nadie de que ya estaba de vuelta, su hermana no podría echarle en cara que no ha recogido su animal de compañía.
Como tampoco había avisado a nadie de que ya estaba de vuelta, su hermana no podría echarle en cara que no ha recogido su animal de compañía.
Su
gato era una parte muy importante en su vida. Este gato se lo regaló Roberto
para su aniversario. Cuando cortaron, tanto las veces que después volvieron a
estar juntos como en la ruptura definitiva, Vanessa se apoyó en su gato. Le
hablaba a su gato, le contaba cómo se sentía, dialogaba con él como si de una
persona se tratase… así hasta ahora.
Ya
había llegado. Sabía que su hermana la invitaría a pasar y a tomar un café para
contarle cómo fue el viaje, por eso ella llevaba su café para llevar. “La
coartada perfecta” pensó. Tocó al timbre y enseguida salió su hermana.
— ¡Hola Vane! ¿Cómo estás? Dame dos besos.
Su
hermana se mostró realmente contenta con la visita de Vanessa. Ella era
conocedora de todo lo que le había ocurrido durante los últimos años, por lo
que sabía diferenciar cuándo Vanessa estaba mejor o peor de salud.
— ¡Hola Rocío! Bien, bien.
— Te veo bien, ¿no? Incluso morena, has cogido color.
¿Pasas a tomar un café?
— No, gracias, ya llevo uno — se excusó Vanessa —
tengo que hacer un montón de cosas en casa. Venía por el gato.
— ¿Cosas en casa? — Exclamó Rocío con cara de
sorpresa — ¿te refieres a limpiar y tal?
Vanessa
se rió. “¿Tan raro le parece que limpie mi casa?”, pensó. Pero sí. Rocío sabía
cómo estaba la casa de su hermana. Muchas veces, con la excusa de visitarla le
llevaba comida casera, para que no pidiera de nuevo pizza.
— Si, si… limpiar y tal.
— Bueno, pues te dejo limpiar — dijo, haciendo un
gesto como invitándola a irse — mañana me pasaré a ver cómo está la casa.
Llevaré cupcakes, que aprendí a hacer la semana pasada.
Entró
en casa y llamó al gato, el cual vino enseguida. Vanessa se agachó y éste se
subió encima de ella. Dicen que los gatos son muy egoístas y no quieren a sus
dueños. Menos este. Este se le veía que quería mucho a su dueña y nunca se
separaba de ella. Se lo llevó a casa en brazos, como si de un niño pequeño se
tratara.
Ya
en casa lo soltó y se fue corriendo por la casa. Parecía hasta ilusionado con
el nuevo aspecto, ordenado, de la vivienda. Los animales no son tontos.
Lo
primero que hizo fue fumarse un cigarro, aprovechando el último trago de café.
Para ella era un lujo que no podía dejar de permitirse. Mientras pensaba qué
podría ser lo siguiente que haría en su casa. Pidió un mes de vacaciones, y le
quedaban casi dos semanas todavía. ¿Arreglar las humedades? ¿Pintar la casa?
¿Poner suelo nuevo? ¿Comprar nuevos muebles?
Con
lo enérgica que ella había sido, estaba pensando en lo menos costoso. Todo
porque sabía que podía volver a recaer y prefería tener las humedades o los
antiguos muebles a, encima, tener obras en casa o los muebles a medio montar en
medio del salón.
“La
cocina no la he recogido”. Ya tenía plan. Apagó el cigarro y, alegre, se
dirigió a la cocina. Tiró todas las cajas de pizza, hamburguesas, kebab, etc., además
de todos los trapos húmedos que se había ido pudriendo con el tiempo y cantidad
de cosas en mal estado. Ella intentaba recordar de cuándo era cada cosa que
tiraba y en muchas ocasiones lo conseguía. “Esto creo que es del hace dos
veranos, cuando las Olimpiadas”, “este trapo es de Rocío… me lo trajo con algo
de comer… ¿sopa?”, “este estropajo lo compré yo, una semana antes de que
marchase Roberto…”.
Recordó
que Roberto le había enviado un mensaje. Hace una semana y media estaba en un
barco sentada, a punto de llamarle y pedirle perdón por todo. Y ahora, ¿qué?
¿Cómo estaba ahora? Limpiando la cocina. La cocina que él convirtió en un
vertedero. Como ella se sentía.
Acaba
de desatarse de nuevo su imaginación. “Podría llamarle… decirle que sin querer
borré su mensaje y… igual podríamos vernos… pero no, ¡joder no! Yo estaba muy
bien. Muy a gusto limpiando todo esto. ¿Por qué iba a disculparme? Porque le
quiero…”. Esta pelea mental se alargó durante varios minutos. Lo pagaba con la
cocina, tirando las jarras al fregadero con violencia y dándole patadas a las
bolsas de la basura cuando pasaba por su lado. Hasta que rompió un plato que se
encontraba en la encimera.
Entonces
paró. Vanessa se quedó un momento mirando los trozos del plato. Debía
relajarse. Había mejorado mucho, no tenía por qué volver a recaer. Recogió los
trozos del plato y los dejó en montoncito sobre una caja de una conocida cadena
de comida rápida.
Su gato estaba en la puerta de la
cocina, mirándola. Ella le miró y se disculpó con él: “perdona Gato, se me ha
ido un poco, no volverá a pasar”. El nombre del gato era simplemente Gato.
Jamás se pusieron de acuerdo, ella y Roberto, en qué nombre escoger para el
felino, y con el tiempo se acabó llamando así. Cogió a Gato y se sentó en su
sillón. Era su terapia particular: fumarse un cigarro acariciando a su gato.
Normalmente veía la tele o escuchaba música, pero puesto que la tele estaba rota
y la mini-cadena también, decidió seguir leyendo su diario. Este sería su nuevo
entretenimiento. Le encantaba leer su experiencia.
Me guio hasta su
camarote…
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