jueves, 17 de julio de 2014

Capítulo XI: Él se alegraría bastante

Tras todas las cosas que necesitaba, incluida la leche condensada, pagó y se volvió a su casa. Volvió igual de ilusionada que se marchó. Podría decirse que incluso más. Esta vez no maldijo su cerradura. Entró y dejó las bolsas de la compra en el suelo, para poder abrazar y saludar a su gato. Adoraba a ese animal.

 Su idea era ponerse música, poner el dulce de leche a hacerse y recoger la cocina mientras este se hacía. Inconscientemente fue a por la mini-cadena. “¡Mierda!” pensó, al ver el montón de trozos que antes fueron una mini-cadena. Sus planes cambiaron: primero la tiraría a la basura.
Recogiendo todos los trozos de la mini-cadena le volvieron muchos recuerdos a su mente. Todo lo que significaba un pasado, que en su hogar era prácticamente todo, la hacía recordar lo que no debía y alterar su estado de ánimo. Era consciente del mal que le hacía su propia casa, por eso poco a poco estaba cambiándola. Quizá muy poco a poco.
Lo peor fue recoger los trozos del CD. Lo había triturado tanto que tuvo hasta que separar un armario para coger algunos fragmentos que se había colado debajo. Una vez todo recogido, ató la bolsa y se fue a tirarla al contenedor. Esta vez no guardaría nada. No eran buenos los recuerdos que guardaba, le hacían daño y, en ese momento, se dio cuenta de ello.
Cuando tiró la bolsa lo hizo con cuidado. Al fin y al cabo, eran sus recuerdos. La miró un momento, resignándose a cerrar la puerta del contenedor. Hasta que, al final, cerró.
Era una sensación extraña. Hasta el momento había tirado viejas cajas, recogido la ropa y demás labores sin un gran compromiso. Era la primera vez que se había atrevido a tirar un recuerdo “importante”. Era un regalo de Roberto lo que yacía hecho pedazos en aquel contenedor. Aquel hombre con el que lo pasó tan bien y tan mal al mismo tiempo. “Se lo contaría a Javi si estuviera por aquí”, pensó, “se alegraría bastante”.
Después de esto limpió un poco la cocina y puso una cacerola con agua a hervir, para poder hacer su preciado dulce de leche. Mientras recogió toda la cocina y, hay que decir, que la dejó realmente limpia. Tiró muchas cosas, incluso llenó tres bolsas de basura con todo lo que no era de utilidad en aquella cocina. Tiró cubiertos y sartenes oxidadas, vasos rotos, decenas de cubiertos de plástico, cajas y bolsas de comida rápida, etc. Aquello volvió a ser salubre.
Cuando terminó, se preguntó si podría sacar ya la leche condensada del fuego. Ella sabía cómo se hacía, al baño maría, pero no sabía el tiempo que debía dejarlo para que estuviese bien hecho. “¿Y si le falta? ¿Pero y si me paso?”. Al final se decidió y lo sacó. Lo puso bajo agua fría para enfriarlo un poco y lo abrió. “A ver cómo está esto… ojalá este bien hecho, por favor…”, murmullaba ella con un ojo cerrado y mirando por el otro.
No estaba hecho. Estaba un poco marrón, pero eso no estaba hecho. “Vaya… ¿qué hago ahora? ¿Esto sirve de algo?”. No supo cómo reaccionar. Volvía a sentirse como antes. La Vanessa a la que le sale todo mal llamaba a la puerta y ella lo sabía. Dejó cuidadosamente el bote en el fondo del fregadero y se volvió a su sillón. Esta vez no daría ningún golpe ni rompería nada. Inspiraba por la nariz y expiraba por la boca, en un intento por relajarse a sí misma. Se encendió un cigarro, hacía tiempo que no fumaba. Ella achacó su error al no haber fumado más.
“Todo por no hacer lo que hago siempre” se decía una vez más. Vanessa había sido muy extrovertida y aventurera, pero cada vez más pasó de un estado de constante movimiento y aprendizaje a un apático estado casi vegetal. Estos últimos años ella se había limitado a subsistir, a pasar sin pena ni gloria por la vida. “Cualquier intento de salir de la rutina acaba mal, el dulce de leche no se puede equivocar” pensó. Era completamente consciente de la tontería que estaba diciendo, pero también era consciente de lo patética que era su vida. Dos días limpiando no pueden hacerla cambiar.
Poco antes de empezar a llorar de nuevo, abrió su diario. Era lo más sensato que podía hacer.


Hola, querido diario. Estoy en la cubierta del barco, ya por la mañana. Ayer bebí demasiado y no pude escribirte. Vaya noche…

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