Tras todas las cosas que necesitaba, incluida la leche condensada,
pagó y se volvió a su casa. Volvió igual de ilusionada que se marchó. Podría
decirse que incluso más. Esta vez no maldijo su cerradura. Entró y dejó las
bolsas de la compra en el suelo, para poder abrazar y saludar a su gato.
Adoraba a ese animal.
Su idea era ponerse música,
poner el dulce de leche a hacerse y recoger la cocina mientras este se hacía.
Inconscientemente fue a por la mini-cadena. “¡Mierda!” pensó, al ver el montón
de trozos que antes fueron una mini-cadena. Sus planes cambiaron: primero la
tiraría a la basura.
Recogiendo todos los trozos de la mini-cadena le volvieron muchos
recuerdos a su mente. Todo lo que significaba un pasado, que en su hogar era
prácticamente todo, la hacía recordar lo que no debía y alterar su estado de
ánimo. Era consciente del mal que le hacía su propia casa, por eso poco a poco
estaba cambiándola. Quizá muy poco a poco.
Lo peor fue recoger los trozos del CD. Lo había triturado tanto
que tuvo hasta que separar un armario para coger algunos fragmentos que se
había colado debajo. Una vez todo recogido, ató la bolsa y se fue a tirarla al
contenedor. Esta vez no guardaría nada. No eran buenos los recuerdos que
guardaba, le hacían daño y, en ese momento, se dio cuenta de ello.
Cuando tiró la bolsa lo hizo con cuidado. Al fin y al cabo, eran
sus recuerdos. La miró un momento, resignándose a cerrar la puerta del
contenedor. Hasta que, al final, cerró.
Era una sensación extraña. Hasta el momento había tirado viejas
cajas, recogido la ropa y demás labores sin un gran compromiso. Era la primera
vez que se había atrevido a tirar un recuerdo “importante”. Era un regalo de
Roberto lo que yacía hecho pedazos en aquel contenedor. Aquel hombre con el que
lo pasó tan bien y tan mal al mismo tiempo. “Se lo contaría a Javi si estuviera
por aquí”, pensó, “se alegraría bastante”.
Después de esto limpió un poco la cocina y puso una cacerola con
agua a hervir, para poder hacer su preciado dulce de leche. Mientras recogió
toda la cocina y, hay que decir, que la dejó realmente limpia. Tiró muchas
cosas, incluso llenó tres bolsas de basura con todo lo que no era de utilidad
en aquella cocina. Tiró cubiertos y sartenes oxidadas, vasos rotos, decenas de
cubiertos de plástico, cajas y bolsas de comida rápida, etc. Aquello volvió a
ser salubre.
Cuando terminó, se preguntó si podría sacar ya la leche condensada
del fuego. Ella sabía cómo se hacía, al baño maría, pero no sabía el tiempo que
debía dejarlo para que estuviese bien hecho. “¿Y si le falta? ¿Pero y si me
paso?”. Al final se decidió y lo sacó. Lo puso bajo agua fría para enfriarlo un
poco y lo abrió. “A ver cómo está esto… ojalá este bien hecho, por favor…”,
murmullaba ella con un ojo cerrado y mirando por el otro.
No estaba hecho. Estaba un poco marrón, pero eso no estaba hecho.
“Vaya… ¿qué hago ahora? ¿Esto sirve de algo?”. No supo cómo reaccionar. Volvía
a sentirse como antes. La Vanessa a la que le sale todo mal llamaba a la puerta
y ella lo sabía. Dejó cuidadosamente el bote en el fondo del fregadero y se
volvió a su sillón. Esta vez no daría ningún golpe ni rompería nada. Inspiraba por
la nariz y expiraba por la boca, en un intento por relajarse a sí misma. Se
encendió un cigarro, hacía tiempo que no fumaba. Ella achacó su error al no
haber fumado más.
“Todo por no hacer lo que hago siempre” se decía una vez más.
Vanessa había sido muy extrovertida y aventurera, pero cada vez más pasó de un
estado de constante movimiento y aprendizaje a un apático estado casi vegetal.
Estos últimos años ella se había limitado a subsistir, a pasar sin pena ni gloria
por la vida. “Cualquier intento de salir de la rutina acaba mal, el dulce de leche
no se puede equivocar” pensó. Era completamente consciente de la tontería que estaba
diciendo, pero también era consciente de lo patética que era su vida. Dos días limpiando
no pueden hacerla cambiar.
Poco antes de empezar a llorar de nuevo, abrió su diario. Era lo más
sensato que podía hacer.
Hola, querido diario. Estoy en la cubierta del barco, ya por
la mañana. Ayer bebí demasiado y no pude escribirte. Vaya noche…
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