jueves, 10 de julio de 2014

Capítulo VIII: Chocolatinas

Había que empujar, no tirar. Otra vez he dejado de pensar en el peor de los momentos.  Javi se me quedó mirando y sonriendo, y yo sintiéndome tonta, más si cabe. Tras unos segundos de silencio él preguntó:
— ¿Hoy tampoco vas a comer? — sin borrar esa sonrisa de su cara.
— No. Y no sé de qué te ríes. Siempre apareces cuando menos falta haces.
Le di la espalda para irme a la habitación. No me apetecía discutir con él cualquier otra tontería. Que me diga que no como o que fumo mucho.
—  ¡Espera! — exclamó agarrándome del brazo — están limpiando las habitaciones de ese pasillo. Si tu camarote está por ahí, no creo que puedas entrar.
“Que inoportuno”, pensé. Resoplé y me quedé con los brazos en jarra y mirando al suelo. Lo que me molestaba era que tuviese razón.  Entonces él chasqueó los dedos delante de mí, para hacerme bajar de donde quiera que estuviera y me dijo:
—  Yo estaré aquí, en el salón… si te apetece podemos ir a mi camarote. Tengo chocolatinas y batidos que compré antes de embarcar, y te puedo dejar una camiseta limpia que no huela como esa.
— ¿Chocolatinas? ¿Batidos? ¿Tú eres…? ¡pf! Déjalo, mira, no me molestes mas, ¿vale? — y me fui cerrando a mi paso la puerta.
            No se qué tiene este tipo. Me saca de mis casillas. Aparece cuando menos quiero verlo, me dice las cosas que no quiero escuchar y, para colmo, se ríe de mí. En mi cara. No sé qué pensar de él. No parece tonto, aunque si tiene cara de pillo. De lejos él me gritó:
— ¡Estaré aquí mismo, en el salón leyendo una revista! Si te dejan entrar, bien. Si no, reconsidera mi oferta. ¡Hasta ahora!
“Hasta ahora” dice. Llegué a los camarotes y, efectivamente, estaban limpiándolos. El olor a lejía era muy fuerte y había varios carritos de la limpieza a lo largo del pasillo.
— Perdonen… ¿se puede pasar?
— No hija, estamos limpiando… espérate una media horita, ¿vale?
— Uff, ¿tanto? Si es solamente para cambiarme la camiseta, que mire como la llevo… — intentaba darle un poco de pena.
— No, lo siento pero no puedes — se pudo sería la mujer — media hora te estoy diciendo.
Total, que no he podido entrar y me he vuelto por donde he venido. Ahora vería a Javi en el salón de nuevo, se hará el gracioso y, seguramente, dirá ‘te lo dije’. Continué por el pasillo murmurando pestes sobre él, el barco, el servicio, la señora que limpiaba e incluso sobre la decoración del propio pasillo, con cuadros de barcos en tempestades y retratos de viejos y barbudos marineros.
Llegué al fin del pasillo y me quedé parada. Si daba un paso más, estaría él sentado, seguramente haciendo como que lee una revista del corazón, mirando de reojo para hacerse el sorprendido a mi llegada y dar rienda suelta a sus chistes fáciles y a sus bromitas. Ya me lo conozco.
Yo estaba recreando ese futuro alternativo, imaginando posibles contestaciones suyas y mías e intentando anticipar la conversación para poder escapar de él lo más rápido posible, cuando una mano se posó en mi hombro.
— Perdone, ¿me deja pasar?
Era un señor con traje y chistera, con una voz un poco aguda. Parecía molesto. ¿Cuánto tiempo llevaría esperando detrás de mí mientras yo fantaseaba? Además, oliendo a mi camiseta llena de puré.
Y ahí me quedé yo, con la camiseta apestando, en la entrada del pasillo y con cara de tonta. Pensando qué hacer y rezando por no encontrarme a Javi de nuevo. Al final, lo mejor que se me ha ocurrido ha sido sentarme allí en el suelo y esperar a que acabasen de limpiar las habitaciones. "Al fin y al cabo hago lo mismo aquí sentada que escuchándole” pensé, mientras mi estomago rugía por la falta de comida. Aunque visto lo visto, debería de ir acostumbrándose.
"Esto es una puta mierda..." pensé, "en Italia cojo y me voy en taxi para casa" me repetía una y otra vez. Aguantaré como pueda los dos días que me quedan aquí y en parar, me vuelvo.
Pensando en esto, en volver a retomar mi vida tal y como la deje hace unos meses, me planteé llamar a Roberto y disculparme, asumir mi parte de culpa y, si era necesario, la suya también, y volver a vivir feliz como antes. Pero justo en ese momento apareció Javi.
— No te han dejado entrar, ¿verdad?
— No. Tenías… están limpiando — rectifiqué a tiempo.
— ¿Y por qué te quedas aquí? Haber salido en lugar de quedarte sentaba en el suelo. Alguien se podría tropezar — dijo son su aire de graciosillo.
— Si bueno, mejor sola que mal acompañada, dicen — conteste sin ni siquiera mirarle.
— Conmigo no estás mal acompañada — dijo agachándose para ponerse a mi altura —venga, chiquita, déjate de tonterías.
“¿Chiquita? ¿Qué significa eso?”. Resoplé de nuevo, ya cansada de este hombre, mientras ponía en la agenda del móvil el nombre de Roberto. Por lo visto, Javi lo vio y, como si me conociera, me cerró el móvil. Yo iba ya a volver a explotar pero cuando abrí la boca mis tripas volvieron a rugir, con más violencia si cabe. Entonces Javi soltó una carcajada.
— Uyyyy! ¿Tienes hambre, verdad? Pues aquí no hay mas comida que los cacahuetes que te sirven con la cerveza. Y, como sabrás,  hasta las seis no abren el bar de nuevo. Solo te queda venirte conmigo si quieres no morir de inanición.
Yo ya tire la toalla, si este hombre era feliz conmigo en el camarote y además me daba de comer, con el hambre que tenia, pues vamos a hacerle feliz.
— Dios, ¿no te cansas nunca? Te he dicho que no mil veces.
— Lo sé, pero ¿y que? ¿Crees que estarías disfrutando si yo no estuviera?
Aquella pregunta no la hizo por casualidad. Sabía lo que preguntaba. Como he dicho antes, parecía conocerme o conocer mis problemas. Era muy raro. Me dejó sin palabras y él me tendió la mano para ponerme en pié. Levantándome dije:
— Venga, vamos para allá, pero por favor, cállate.
Él soltó una pequeña carcajada e hizo el gesto de cerrar la cremallera de su boca. Era un payaso, al fin y al cabo.


Vanessa terminó de comer hacía rato. Pidió un café con leche para llevar y mientras se lo servían, compró un paquete de tabaco. Pagó y se fue. Esta vez no se quedó hablando con Don Tomás, tenía un montón de cosas por hacer.

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