Había
que empujar, no tirar. Otra vez he dejado de pensar en el peor de los momentos.
Javi se me quedó mirando y sonriendo, y
yo sintiéndome tonta, más si cabe. Tras unos segundos de silencio él preguntó:
— ¿Hoy tampoco vas a
comer? — sin borrar esa sonrisa de su cara.
— No. Y no sé de qué
te ríes. Siempre apareces cuando menos falta haces.
Le
di la espalda para irme a la habitación. No me apetecía discutir con él
cualquier otra tontería. Que me diga que no como o que fumo mucho.
— ¡Espera! — exclamó agarrándome del brazo —
están limpiando las habitaciones de ese pasillo. Si tu camarote está por ahí, no
creo que puedas entrar.
“Que
inoportuno”, pensé. Resoplé y me quedé con los brazos en jarra y mirando al
suelo. Lo que me molestaba era que tuviese razón. Entonces él chasqueó los dedos delante de mí,
para hacerme bajar de donde quiera que estuviera y me dijo:
— Yo estaré aquí, en el salón… si te apetece podemos
ir a mi camarote. Tengo chocolatinas y batidos que compré antes de embarcar, y
te puedo dejar una camiseta limpia que no huela como esa.
— ¿Chocolatinas? ¿Batidos?
¿Tú eres…? ¡pf! Déjalo, mira, no me molestes mas, ¿vale? — y me fui cerrando a
mi paso la puerta.
No se qué tiene este tipo. Me saca
de mis casillas. Aparece cuando menos quiero verlo, me dice las cosas que no
quiero escuchar y, para colmo, se ríe de mí. En mi cara. No sé qué pensar de
él. No parece tonto, aunque si tiene cara de pillo. De lejos él me gritó:
— ¡Estaré aquí mismo,
en el salón leyendo una revista! Si te dejan entrar, bien. Si no, reconsidera
mi oferta. ¡Hasta ahora!
“Hasta
ahora” dice. Llegué a los camarotes y, efectivamente, estaban limpiándolos. El
olor a lejía era muy fuerte y había varios carritos de la limpieza a lo largo
del pasillo.
— Perdonen… ¿se puede
pasar?
— No hija, estamos
limpiando… espérate una media horita, ¿vale?
— Uff, ¿tanto? Si es
solamente para cambiarme la camiseta, que mire como la llevo… — intentaba darle
un poco de pena.
— No, lo siento pero no
puedes — se pudo sería la mujer — media hora te estoy diciendo.
Total,
que no he podido entrar y me he vuelto por donde he venido. Ahora vería a Javi
en el salón de nuevo, se hará el gracioso y, seguramente, dirá ‘te lo dije’. Continué
por el pasillo murmurando pestes sobre él, el barco, el servicio, la señora que
limpiaba e incluso sobre la decoración del propio pasillo, con cuadros de
barcos en tempestades y retratos de viejos y barbudos marineros.
Llegué
al fin del pasillo y me quedé parada. Si daba un paso más, estaría él sentado, seguramente
haciendo como que lee una revista del corazón, mirando de reojo para hacerse el
sorprendido a mi llegada y dar rienda suelta a sus chistes fáciles y a sus
bromitas. Ya me lo conozco.
Yo
estaba recreando ese futuro alternativo, imaginando posibles contestaciones
suyas y mías e intentando anticipar la conversación para poder escapar de él lo
más rápido posible, cuando una mano se posó en mi hombro.
— Perdone, ¿me deja
pasar?
Era
un señor con traje y chistera, con una voz un poco aguda. Parecía molesto.
¿Cuánto tiempo llevaría esperando detrás de mí mientras yo fantaseaba? Además,
oliendo a mi camiseta llena de puré.
Y ahí
me quedé yo, con la camiseta apestando, en la entrada del pasillo y con cara de
tonta. Pensando qué hacer y rezando por no encontrarme a Javi de nuevo. Al
final, lo mejor que se me ha ocurrido ha sido sentarme allí en el suelo y
esperar a que acabasen de limpiar las habitaciones. "Al fin y al cabo hago
lo mismo aquí sentada que escuchándole” pensé, mientras mi estomago rugía por
la falta de comida. Aunque visto lo visto, debería de ir acostumbrándose.
"Esto
es una puta mierda..." pensé, "en Italia cojo y me voy en taxi para
casa" me repetía una y otra vez. Aguantaré como pueda los dos días que me
quedan aquí y en parar, me vuelvo.
Pensando
en esto, en volver a retomar mi vida tal y como la deje hace unos meses, me
planteé llamar a Roberto y disculparme, asumir mi parte de culpa y, si era
necesario, la suya también, y volver a vivir feliz como antes. Pero justo en
ese momento apareció Javi.
— No te han dejado
entrar, ¿verdad?
— No. Tenías… están
limpiando — rectifiqué a tiempo.
— ¿Y por qué te
quedas aquí? Haber salido en lugar de quedarte sentaba en el suelo. Alguien se
podría tropezar — dijo son su aire de graciosillo.
— Si bueno, mejor
sola que mal acompañada, dicen — conteste sin ni siquiera mirarle.
— Conmigo no estás
mal acompañada — dijo agachándose para ponerse a mi altura —venga, chiquita,
déjate de tonterías.
“¿Chiquita?
¿Qué significa eso?”. Resoplé de nuevo, ya cansada de este hombre, mientras ponía
en la agenda del móvil el nombre de Roberto. Por lo visto, Javi lo vio y, como
si me conociera, me cerró el móvil. Yo iba ya a volver a explotar pero cuando
abrí la boca mis tripas volvieron a rugir, con más violencia si cabe. Entonces Javi
soltó una carcajada.
— Uyyyy! ¿Tienes
hambre, verdad? Pues aquí no hay mas comida que los cacahuetes que te sirven
con la cerveza. Y, como sabrás, hasta
las seis no abren el bar de nuevo. Solo te queda venirte conmigo si quieres no
morir de inanición.
Yo
ya tire la toalla, si este hombre era feliz conmigo en el camarote y además me
daba de comer, con el hambre que tenia, pues vamos a hacerle feliz.
— Dios, ¿no te cansas
nunca? Te he dicho que no mil veces.
— Lo sé, pero ¿y que?
¿Crees que estarías disfrutando si yo no estuviera?
Aquella
pregunta no la hizo por casualidad. Sabía lo que preguntaba. Como he dicho
antes, parecía conocerme o conocer mis problemas. Era muy raro. Me dejó sin palabras
y él me tendió la mano para ponerme en pié. Levantándome dije:
— Venga, vamos para
allá, pero por favor, cállate.
Él
soltó una pequeña carcajada e hizo el gesto de cerrar la cremallera de su boca.
Era un payaso, al fin y al cabo.
Vanessa
terminó de comer hacía rato. Pidió un café con leche para llevar y mientras se
lo servían, compró un paquete de tabaco. Pagó y se fue. Esta vez no se quedó
hablando con Don Tomás, tenía un montón de cosas por hacer.
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