martes, 22 de julio de 2014

Capítulo XII: Deseaba que apareciese

22-06-08
Me quiero ir de aquí y no sé ni cómo hacerlo. Estoy a un día de parar y solo tengo que bajarme y no volver a subir. He estado mirando con el móvil el precio de los billetes de tren y avión, incluso algún hostal por si se me hiciera muy tarde. Esto lo solía hacer él, me he vuelto un poco loca.

Ayer había quedado para cenar con Javi, creo que lo escribí. Sí, lo escribí. Yo me ilusioné con él. Conseguí tragarlo e incluso reírme con él, de sus chistes y sus cosas. Sabes que estuve con él toda la tarde. Pues no. Todo eso no sé qué era ni por qué lo percibí así. Ni por qué me ilusioné con la idea de conocerle. Me está haciendo imposible el viaje y estas recaídas no son buenas. Prefiero vivir en mi depresión constante a sufrir estos altibajos.
Te voy a contar cómo fue la noche. La triste noche de mierda. Perdón. Triste noche. Quedamos en vernos a las 21:00 en el hall que hay frente al restaurante del bar. Me ilusioné y llegué tarde. Sabía que era un quisquilloso con la ropa y con los detalles, por lo que quería cuidarlo todo. No darle pie a que haga una broma. Como tampoco tengo aquí ropa de fiesta o elegante, me he tenido que apañar con lo que había. Hace mucho que no me visto para impresionar a nadie. A veces ni me lavaba el pelo.
Como dije, llegué un poco tarde. Quince minutos más o menos. Pero ahí no había nadie. Estuve esperando leyendo una de las revistas que hacía dos días estaban ahí. Me asomé a mirar si él estaría cenando, pero no. Él no estaba. Era de esperar que no viniera. “¿Por qué confié en él?” me preguntaba constantemente. Quizá me ganó con sus bromas, no sé.
Estuve como una hora esperando. No podía pensar en que no viniese, es más, era él el que quería que cenáramos juntos. Al final me fui a cenar yo sola. El primer plato ya lo habían recogido y el segundo estaba totalmente servido. Un camarero me vio sentarme y me dijo que ya era tarde, pero que vería si podía hacer algo. Al rato vino diciéndome que tuve suerte, y me trajo un plato de huevos fritos. La verdad es que si, seguro que hoy comería algo.
Comí en una mesa con un par de familias, las cuales se alababan constantemente los peinados y la belleza de sus respectivos hijos. Yo mientras murmullaba insultos y maldiciones para Javi, deseando inconscientemente que apareciese por detrás y escuchase todo lo que pensaba sobre él. Entre trozo de huevo y de pan yo seguía mirando hacia la puerta. “Ojalá entrase ahora, no me enfadaría tanto”. Esto también deseaba que lo hubiese escuchado.
Lo estaba volviendo a odiar. Cada segundo lo odiaba más y me daba más asco. Mi cabeza era una retahíla de insultos hacia su persona, uno detrás de otro y cada vez más graves. Hasta que un camarero me tocó el hombro:
— Disculpe, señorita, pero tenemos que recoger.
            Ya no quedaba nadie en el bar. Se me había hecho tarde y no había pensado en ello. Tan solo tenía hueco en mi cerebro para él y su canallada. Me disculpé y me fui al bar, como hago siempre.
            No quiero pisarlo, pero siempre acabo igual. Llena de rabia y con una tremenda impotencia. Incapaz de hacer nada. Ni si quiera de mantenerme feliz. Siempre acabo llorando de nuevo y bebiendo. Es ya costumbre, el constante error a cada paso. No puedo hacer nada por evitarlo.
            Esta vez pedía una copa rápidamente y me salía a la cubierta, a las tumbonas. No había nadie allí. Con esto pretendía que no me viese Javi. Lo más normal sería que fuese a buscarme al bar, con lo que le gustan a él las bromas. Así no me encontraría allí. Es imposible esconderse en un barco que se encuentra en alta mar, pero había que intentarlo. Antes cogía una revista de las del hall. Era de coches, que no me interesaban de nada, pero así me mantendría entretenida.
Estuve hasta las tantas, se me hizo muy tarde. Cada viaje que hacía al bar había menos gente allí y yo volvía haciendo más y más eses. Fue un espectáculo. Al final, el camarero me dijo algo de que iban a cerrar, o que las copas tendrían un precio o que no bebiese más. No lo recuerdo. Sé que le pedía la última antes de volver a mi camarote.
Cada vez que entraba los hombres del bar murmuraban cosas. Posiblemente hablarían de mis pintas o de mi culo. O de la cantidad de copas que había pedido ya. No lo sé. Tampoco me importaba en aquel momento. Yo solamente miraba esperando no ver a Javi y, cuando corroboraba que no estaba allí, entraba a pedir rápido para volver a irme.
En acabarme aquella copa, la que hacía doce o catorce, me fui a la cama. Ya no tenía nada más que hacer, estaba hasta el bar cerrado (o eso creía) y yo no quería beber más. Ya me había leído la revista varias veces y pensaba más en coches caros que en ninguna persona. Quise atajar por los pasillos de los camarotes hasta el mío, creí conocer el camino, pero me perdí. Me descoloqué a las pocas curvas y empecé a divagar por el barco. No sabía dónde estaba y el último ron me estaba empezando a subir del todo.
No sé el tiempo que estuve dando vueltas por los pasillos. Todos me parecían iguales, con las mismas puertas y números. Daba igual que girase a la izquierda o a la derecha, siempre encontraba el mismo cartel metálico con un “400 – 450” indicando con flechas la posición de las diferentes habitaciones. Llegué a odiar ese cartel. Y a mí misma.
No podía encontrar mi camarote ni salir otra vez a cubierta. Estaba completamente perdida y me empecé a agobiar. No quería hacer ruido, pero con el tambaleo del barco y mi borrachera, era inevitable ir golpeándome con todo. Y por supuesto, no quería llorar pero estaba a punto. No aguantaba más todo eso. Con Roberto no hubiera pasado esto, estaríamos en la cama durmiendo juntos y abrazados. Él me quería. Y yo a él.
Terminé en el suelo, sentada y llorando. En el más absoluto silencio. Tan solo se podía escuchar el crujir del barco y mis lágrimas cayendo a la alfombra. Estuve a punto de dormirme. Mis párpados pesaban mucho y mi cabeza parecía un péndulo al ritmo del mar. Me había pasado bebiendo, pero no era mi culpa. Fue toda suya, de todos. Malditos.

De pronto, vi dos zapatos situarse a mi lado y una mano empezó a acariciarme el cuello. No dijo nada, ni yo. Tan solo cerré los ojos y disfruté de su tacto. Pensé en Roberto, ojalá fuera él. Si hubiera levantado la cabeza posiblemente hubiese vomitado. Estaba tan a gusto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario